Hace más de veinte años que recibo los sacramentos de la teoría del iceberg, la bala de punta hueca y la antropología de los sentimientos que propone el realismo minimalista estadounidense.
Fui bendecido por Lorrie Moore, la mejor de todos.
Me bauticé en esa religiosidad alien, difundida gracias a los enormes recursos y la visión estratégica de la Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA).
Comulgué con fervor, una y mil veces, el nihilismo nacido del ocaso del American Dream. El realismo minimalista es un invento del hemisferio norte para lidiar con su culpa por el colonialismo.
Salgo de esas escrituras más sabio, dolido, casi mareado. Mastico la palabra de los profetas protestantes como se mastica una eucaristía.
Mi alma se expande, se tonifica como el músculo lastimado por la hipertrofia. Pero no crece. Se potencia como los cultivos regados con glifosato. Pero no burbujea. Dormita con movimiento ocular rápido en las silobolsas de la CIA.
Nuestros líderes sindicales de la palabra fueron desde el cinismo punk y plebeyo hasta el Estado, y desde el Estado hasta las ruinas de los medios de comunicación (y del progresismo). San Jorge Asís. O Elisa Carrió, nuestra Lorrie Moore. Que está adentro y afuera de todo.
El Argentinean Dream es católico y corporativo, o al menos peronista. Un movimiento desde los grupos al individuo, desde el territorio a las instituciones, y no al revés. Una revolución sin subversivos, fusilados ni peajes.
Nota casi al pie: las sacerdotisas protestantes del realismo minimalista no son bohemias, son agentes de la CIA. Lo sepan o no.
Traumados por nuestra distancia del hemisferio norte, en Argentina las leemos con demasiada literalidad y terminamos creyendo que fueron parte de una bohemia que se redimió en la religión literaria para interpelar doloridamente al mundo libre. Creemos que somos parecidos.
Pero la CIA no es una beca en el Conicet ni una locación de servicios regida por el artículo 9. La CIA -también, y además de un meme- es un entramado de recompensas y de soft power que alimenta la la voluntad de poder de una nación enemiga y sensual.
Celebremos cada día la piedad que Lorrie Moore tiene con la clase trabajadora de su país. En la piedad hay profundidad, no así en el trabajo. En el evangelio según Santa Lorrie trabajar embrutece y dignifica. La piedad le otorga profundidad al trabajo.
El arte -como la religión- expresa los traumas sociales y les ofrece un remedio falso que deforma. Cada nación tiene el desafío colectivo de comprender y depurar su arte.
En eso consiste una revolución cultural que construye su futuro desde las ruinas piadosas del progresismo.