1. Estado sí, estetas no.
¿La literatura hace mejores ciudadanos? En principio diría que sí. No solo porque sus prácticas implican capacidades expresivas que otras disciplinas no aportan sino porque suma también dos cosas fundamentales: la empatía y la espiritualidad. Pero esto no tiene que hacernos confundir. En su estado actual, la literatura no genera cualidades morales, más bien degenera a las personas. Hoy, con los marcos mentales de lectura que existen, leer demasiado, diría yo, lleva a cierto cinismo esteticista que corroe la moral. Esta enfermedad prolifera en las capacidades intelectuales y emotivas de la gente que pasó por la carrera de letras.
Sin embargo, más allá de las confusiones que generan la carrera de letras y la poesía -menos nocivas, por cierto, que las producidas por las ciencias económicas- creo que la literatura es un anabólico de humanidad. La literatura forma ciudadanos críticos y templa y nutre a la imaginación pública, que es el escenario de encuentro entre el espíritu de las personas y el espíritu nacional. Por eso obviamente es una cuestión de Estado.
2. Literatura vs. transacción
La literatura es un virus que hackea el extractivismo tecnofeudal de la atención. La idea de tecnofeudalismo es mucho más acertada para comprender lo que pasa a nuestro alrededor que la de capitalismo. El mundo cambió. La competencia no mejora la producción y ni la distribución de mercancías, por ejemplo. Esto lo dice Peter Thiel en De Cero a Uno, que es un libro que recomiendo que todos lean. Pero también lo dice Milei. La globalización ya no funciona más y lo que existe hoy, de nuevo, son los intereses nacionales en el plano de la política internacional. Se rompió el pacto de convivencia de la OTAN y vamos hacia una multipolaridad en la cual los Estados Nación todavía no resolvieron cómo van a gestionar su cosmotécnica.
En el medio de este proceso hay feudos que son las grandes compañías tecnológicas. No son plataformas de extracción de datos, son escenarios de transacción. Estos escenarios de transacción necesitan un trabajo básico que es el de captar la atención porque lograron monetizarla. Esto por supuesto que es un mito: el mito de los Estados Unidos como imperio decadente pero que igual estableció y sigue estableciendo las reglas de juego. Es un mito performativo, como el de Maradona que permitió la existencia de Messi. Los imperios mueren, pero su herencia cultural sobrevive. El mito del imperio estadounidense es que la atención da dividendos como publicidad. A esto lo cuenta de forma simpática y conceptualmente equivocada Yanis Varoufakis en su libro Tecnofeudalismo. Pero bueno, lo cierto es que la atención que requieren la literatura y la práctica del deporte no son monetizables. Son prácticas humanas con un alto componente de honor. Los runners son revolucionarios. El deporte es el arte de la sociedad de masas, ya que brinda sensaciones corporales y narrativas épicas y de aspiracionalidad no mercantilizada. Además, en el deporte sí existe la competencia, el mérito individual, la excelencia y todas esas nociones hermosas del alto capitalismo que tenían una alta dosis de humanidad y que la izquierda, en su fracaso eterno, rechaza.
La literatura es la religiosidad nacional que resiste contra la captura feudal de la atención que realizan las grandes compañías tecnológicas. Por eso es un virus. Y tiene una doble función: por un lado modula la atención de las compañías que la monetizan, y por otro lado infecta la discursividad que circula en ellas con discusiones nacionales. Parafraseando a Josefina Ludmer, es la treta de las naciones débiles. Pero vitales.
3. Literatura y aceleración
No hay cosmotécnica sin literatura. En general yo estoy a favor de la aceleración tecnológica pero modulada por los intereses nacionales. En la cultura literaria hay toda una tradición de desconfiar del fantasma del progreso. Aquella idea de la escuela de Frankfurt de una dialéctica interrumpida por la alienación técnica, de Walter Benjamin y el Angelus Novus, el aviso de incendio, por izquierda. Y por otro lado tenés a Heidegger que era Nazi, pero por derecha también desconfiaba de la tecnología. Bueno, como ustedes saben el peronismo es la tercera posición. Yo no confío ni desconfío de la tecnología. Creo que la tecnología reduce el dolor, y eso es un hecho. La única verdad es la realidad del dolor. La tecnología no solo tiene la potencialidad de reducir el dolor humano sino también el dolor animal, y confío en que gracias a la tecnología vamos a dejar de torturar y de comer cadáveres de animales torturados. Lo único que puede aportar una visión materialista del mundo es pensar el dolor, que es obviamente la frontera del saber. Creo que cada nación tiene que preguntarse por cómo puede hacer que la tecnología disminuya sus dolores. Es ahí que entra en juego la literatura. Lo que Yuk Hui llama la cosmotécnica, que es esa relación particular de las civilizaciones con la tecnología, se imagina primero en la literatura. Entonces la literatura sirve para reflexionar sobre los modos de reducción del dolor que la tecnología habilita de acuerdo a las necesidades específicas de cada nación. La literatura impide una asimilación acrítica de la Inteligencia Artificial no solo porque la supera estéticamente -basta con leer los fiascos escritos con IA- ya que lleva en sí los trazos de una imaginación no parametrizable, sino porque problematiza sus usos de acuerdo al destino nacional. La literatura permite aceleración sin dolor, es decir: aceleración humanista y nacional.
4. La literatura es un deporte de combate espiritual
La literatura no es un arte, es un deporte de combate espiritual. La cultura literaria argentina está enferma de cultura europea. Está de rodillas. Por un lado se compró el estructuralismo y el post-estructuralismo francés, que son expresiones de la culpa de un país racista, asesino y colonialista como Francia, que los intelectuales argentinos interpretaron como un estimulante para una supuesta cultura democrática que había que reconstruir después de la dictadura. Ellos también lo hicieron por culpa: culpa de no haber muerto, culpa de haberse exiliado. Pro también por la falta de conocimiento y la desconfianza gorila que tuvieron siempre hacia las personas del país. También y asociado a esto compraron el paquete de la escuela de Frankfurt, que les permitía no pensar en un programa de desarrollo real de las fuerzas nacionales mientras se ponían la careta bastante tristona de intelectuales trágicos y desgarrados por la reconciliación imposible entre naturaleza y cultura mientras se institucionalizaban como planeros del Conicet y/o como ubereros del sistema de Universidades Nacionales. Todo esto hizo adoptar estilos de vida europeos a nuestros escritores, y todos sabemos que hay una continuidad entre obra y estilo de vida, eso ya ni siquiera me quiero tomar el trabajo de discutirlo porque me deprime que haya gente que crea que vincular a un texto con la vida de su autor es una especie de sacrilegio. La idea de texto es un secuestro de la vitalidad de la literatura por parte de las burocracias académicas.
Entonces: en Argentina la literatura no es un arte, no es una copia barata de la vanguardia definida por Europa. No es ni siquiera una droga, que es una metáfora que erróneamente usé mucho tiempo y viene de otro país triste que es Rusia y su idea formalista de la ostranenie, la literaturnost y todas esas pavadas formalistas. En Argentina la literatura es un deporte de combate espiritual que nos nutre de nuestra singularidad para permitirnos soñar un país mejor. Así son sus orígenes -por eso la segunda parte del Martín Fierro, la vuelta, es más importante que la primera, por eso el Facundo en realidad es un homenaje sacrificial de los nacionales derrotados por el federalismo y condenados a ser llamados unitarios, por eso El Matadero es una historia de terror gore vegano que echa una maldición sobre un país falsamente carnívoro-, y así es su futuro: utópico. Lo que falta es una masa crítica e instituciones para leerla en estos términos y de escritores para producirla en estos términos. Aunque muchos de estos escritores existen ya en forma silvestre en la web, como gauchos que cuatrerean los campos de la tecnología feudal.
Como en todo deporte, el rol del Estado ante la literatura no es el subsidio ni la pedagogía, sino fomentar la competencia. Cuando tome el poder, el Estado va a aniquilar a las instituciones literarias tal cual existen y a crear otras nuevas, que habiliten el surgimiento de una nueva religiosidad literaria nacional.
5. La literatura puede sanar tu vida porque es la música pop de los espíritus libres
Cuando estés mal cuando estés solo, cuando ya estés cansado de Milei, la literatura puede sanar tu vida. Puede sanarla porque Milei propone una sociedad sin metáfora y una vida sin metáfora es una vida que no merece ser vivida, y la literatura es básicamente metáfora, espíritu, canción. La literatura es una canción que podemos cantar todos sin necesidad de pronunciarla. Una canción que rumiamos por afuera de las empresas tecnofeudales y sus espacios de transacción, una canción que la universidad no entiende, que transubstancia la atención en un gasto útil, porque es un gasto que piensa el origen sagrado de nuestra lengua nacional.
No lo olvides, pequeño saltamontes: la literatura no es inútil, no está ahí su potencia. La literatura es útil en la misma medida en que el fútbol es útil. No útil en el sentido de que produce existencias materiales sino útil en el sentido de que su plusvalía es un escenario de discusiones que configuran la teodicea nacional. La literatura no está en contra del lenguaje, no está en contra de la cultura. Bataille es un boludo y la literatura es un ritual utópico y positivo.
Si la literatura te aburre o te da asco, por favor tírala lejos. Si la literatura te quiere escandalizar con cosas que un chico de diez años puede ver por Youtube, córtala y tírala lejos. Si la literatura no te conmueve en el punto ese en el cual conmoverse es reconocer lo que sos y lo que podés llegar a ser, lo que te falta y lo que gozás, escúpela y tírala lejos. Si no te hace pensar en la bendición o en la malidición bendita que representa ser argentino, profánala y escúpela lejos. Defenéstrala. La literatura no te va a dar ninguna respuesta pero te va a ayudar a pensar y a transformar tu posición frente a las cosas. Tu constelación. Tu proyección como ser deseante, tu humildad como parte de algo que te excede, que no es la comunidad ni la sociedad sino la vida, y la vida determinada por tu lugar en el mundo, por tu espacio cotidiano y frecuente, por el idioma que hablás, por lo hermoso del lenguaje que hablás, por los tesoros que tu lenguaje tiene para darte, por los tesoros que tu cultura y que tu país te vienen dando desde que naciste. Vos no sos más importante que tu país, no te merecés un país mejor ni peor, por el hecho de haber nacido acá ya sos un afortunado y en todo caso tenés que ayudar a construirlo, como te salga.
Una aclaración para cerrar. La literatura no es sólo lenguaje. Eso es lo que cree la mala religión literaria global, cuya iglesia son las universidades o el sistema de mecenazgos de la CIA o de la Unión Europea, imitados torpe y pomposamente en algunos países latinoamericanos realmente atrasados. La literatura es una tecnología humanista compuesta de rituales, de prácticas concretas, y cuyo sujeto material concreto son los escritores que al volverse públicos se convierten en obras de arte. Con esto digo que se convierten en artefactos incómodos, infantiles, solemnes y narcisistas. Cuando en realidad son profetas, o influencers de la gente común, que están desarrollando una competencia hermosa por pastorear almas y por alimentar la imaginación que puede llegar a permitir el desarrollo de una cosmotécnica nacional. Los escritores son influencers de la gente común que tocan la más maravillosa música pop, la única música pop que no puede hacer una máquina. Una música pop de espíritus libres, y más en Argentina que no es un país comunitario ni protestante sino un país que oscila y oscilará eternamente entre el liberalismo plebeyo y el sindicalismo cristiano. Los influencers pop de la gente común que todos los días fabrican la literatura imaginan -y sólo a veces lo hacen a través de libros- las formas de alimentar, engordar y embellecer estas tradiciones. Y para eso sirve la literatura: para desbordar la distancia entre mérito y destino, para desorientar la transacción, para soñar el paraíso nacional. Y por eso puede sanar tu vida.
La definicion de tecnofeudalismo es tambien una definicion simpatica pero creo que conceptualmente errada. Hoy dia la fuente de generacion de riqueza social sigue siendo el trabajo asalariado y la incorporacion de tecnologia ha aumentado notablemente la productividad del trabajo y las diferencias entre los estados naciones. Pero tambien ha incrementado como nunca antes la composicion organica del capital generando una polarizacion social extrema. y ahora aparecio mi jefe asi que no puedo seguir escribiendo
Genial todo el ensayo. Aunque defenestra a la escuela de Frankfurt parte del mismo punto de partida que ella: la única visión materialista del mundo es pensar el dolor (y reducirlo).