Hace algunos años publiqué un libro donde además de equivocarme en varias cosas proponía que si las redes sociales son formas donde se premia la sinceridad entendida como una falla en la representación, el escritor es el artista de la gente común. Todos somos escritores y todos mostramos nuestro fracaso, y nuestra vida es una obra de arte efímero monetizada por las plataformas de extracción de datos.
Los progresistas, los que todavía no caímos en el cinismo ni en el posibilismo del progresismo marrón, creemos aún que de esa circulación virtuosa y opaca de sinceridades fallidas puede surgir alguna forma de liberación o de verdad, y que el desafío es imaginar instituciones y rituales que les den forma y los hagan cuerpo.
Carlos Busqued llevó esta condición al paroxismo y por eso es el santo de la gente común. Busqued fue un gran escritor que, desde el fracaso, llegó a sintetizar la potencia que nos une los que erramos entre las ruinas del progresismo en busca de aleaciones perdidas que nos permitan maquetar el futuro. Nosotros, los chatarreros progresistas.
Era difícil estar con él. Las pocas veces que nos cruzamos hubo tanta amabilidad como silencios. Había un campo de fuerza que lo aislaba del mundo y no era solamente el porro. Pero cuando escribía nos hacía mejores, a todos, porque a diferencia del progresismo celeste, que cree que en cada pobre hay un revolucionario en potencia, Busqued no esperaba nada de nadie ni creía que nadie le debía nada. Sus acciones eran el parámetro de su ética.
Cuando empieza a bajar la espuma que trajeron los detalles sobre la vida personal del ex Presidente, máximo representante de un gobierno que integré, lo que encontramos es la hipocresía llevada a su grado máximo. El secreto y la hipocresía unidas a la falta de códigos y a la traición a quienes lo querían ayudar. La ranciedad del ex Presidente no desmerece el trabajo de quienes lo hicimos lo mejor que pudimos. Pero sí expone los protocolos de acción de los miembros de un estamento de hipócritas que es la principal responsable de lo que está sucediendo.
La vida de Carlos Busqued, indespegable de su obra, era y sigue siendo un manifiesto contra ellos.
Ni punks ni marginales: meritócratas
El santo de la gente común no era un punk, no era iconoclasta. No era rebelde ni marginal. Ninguna de las figuras que integran el repertorio de estilos de vida de la bohemia burguesa le calzaba. Me preocupa especialmente la veneración de los marginales que existe en la cultura literaria argentina. Un país que se respeta a sí mismo no venera marginales, les condesciende. En Argentina, equivocadamente, los veneramos y eso junto con la falta de discusión acerca de las formas de imaginar al trabajo en la literatura nos posiciona en condiciones desventajosas para discutir el futuro.
Busqued no era un marginal. Al marginal en no le importa mejorar, le importa dotarse de sus propias reglas. El marginal, por su parte, no quiere ser aceptado en los círculos de prestigio internacional, sino que busca subvertirlos y crear unas instituciones y valores otros, hecho que obviamente nunca termina de lograr. Luego el marginal se autoinmola o es incorporado por el sistema como una anomalía.
Pero Busqued no era así. Le gustaba publicar en Anagrama y admiraba a las grandes obras del hemisferio norte, la oscuridad japonesa. Jamás lo escuché hablar bien de ningún escritor argentino. Pero era el más argentino de todos. Un borgeano radical: no renegaba de lo local, sino que lo potenciaba tamizándolo por lo universal. Más que marginal era un periférico lúcido e intransigente. Un meritócrata.
“La tristeza era una anaconda de cuarenta metros”. “Tengo la misma esperanza que una araña en un incendio forestal”. Eso sentía Busqued. Y, en su blog, se autoparodiaba como De Melli, el autor paraguayo vinculado al nazismo. Busqued vino a enseñarnos que se puede ser meritócrata y piadoso al mismo tiempo (eso es lo que eleva al catolicismo con respecto al protestantismo, y es algo que en el progresismo cuesta terminar de aceptar).
Bajo este sol tremendo es una novela sobre la dictadura que no incluye victimismo. De esta manera uno podría pensar que, al concentrarse en la expansión radioactiva del mal, y en particular de la perversión de los lazos entre la sociedad y las formas de autoridad como su herencia más extrema, Busqued -no importa si esto fue a propósito o no- intentó clausurar toda la “literatura sobre el proceso” que fue hegemónica desde los ochentas hasta el kirchnerismo. La literatura favorita del progresismo blanco. El santo de la gente común protegiéndonos del fracking literario a la dictadura.
Magnetizado, en cambio, y como bien dice Thomas Rifé en una nota, es un documental donde Busqued se opone a las narrativas del yo. Más que un narrador apático que filma un documental noir Busqued se porta como un montajista que expone sin subrayar la irracionalidad de las formas jurídicas y del sistema penal -y de las leyes en términos más generales. Otra vez, la relación torcida de la sociedad con quienes sustraen y administran cuerpos. Un trabajo más sistémico, más duro, quizás más puro, pero también más aburrido.
Hace poco salió Borderline Carlito, un libro que toma algunos posteos del blog de Busqued, publicado por Blatt y Ríos. Con Marcos Zurita lo discutimos en el podcast que mantiene en vilo a este hermoso país. Ahí propuse la hipótesis de que Borderline Carlito es una reliquia.
Progresismo negro
Nada termina de morir y nada termina de nacer en internet. Una reliquia literaria es algo que se desprende del cuerpo de textos de un santo. Borderline Carlito, el libro, es una reliquia no sólo por eso, sino porque es el resultado de una profanación. Una editorial detecta un fenómeno de redes sociales y, con los dientes de un Drácula de cotillón, vuela a caranchear un blog. Un carancheo que, paradójicamente es un homenaje y un acontecimiento estético. Blatt y Ríos hace lo mismo que hacen las editoriales “grandes”, vampirizar flujos de audiencias, y eso me parece bien. Quizás podrían empezar a declarar de una forma menos lacrimógena, pero en este movimiento de saqueo Blatt y Ríos dibujan la forma de un progresismo negro que también está contenida en los materiales de la reliquia que publican: un progresismo profanador. Agamben escribió algunas ideas sobre esto.
Pero ahora quiero ir para otro lado, aunque vinculado también al progresismo negro. Busqued es un santo kirchnerista. Quizás el último. Si hoy el kirchnerismo es mayoritariamente visto por la sociedad como una federación de negocios políticos con una fachada ideológica en la que ellos mismos cada vez creen menos, y que por eso tiene como línea discursiva una moralización incapaz de interpretar las aspiraciones de la gente, Busqued es alguien que, al ser citado, retuiteado, invocado o profanado aún puede decir la verdad. Es sincero, es el artista de la gente común.
Hoy, el razonamiento del kirchnerismo es: nosotros con nuestros errores todavía éramos mejores que este mamarracho (por Milei), Alberto no nos representa, la sociedad va a volvernos a buscar cuando esto colapse. Por eso fingimos indignación con el ajuste pero lo dejamos pasar porque mejor que lo haga otro. Cuando lo que pasa para la sociedad es todo lo contrario: por más que este es malo ustedes fueron peores, Alberto representa casi exactamente la hipocresía del kirchnerista, con el “buen vivir” no están proponiendo ninguna visión alternativa porque son incapaces de hablar de guita y yo quiero decidir lo que es el buen vivir, etc.
El gran desencanto con el discurso progresista necesita ser contrarrestado con un nuevo tipo de sinceridad que el kirchnerismo no puede enunciar. El peronismo de derecha entendió esto y revindicar la corrupción es una señal de esta búsqueda, por supuesto con pésima ejecución. Decir que la corrupción está bien porque peor es nada, además de ser mentira, es la única forma en la que ser “sincero” es un insulto a la gente común.
Borderline Carlito, el blog que vampirizó la editorial Blatt y Ríos, muestra un tipo de sinceridad no confesional: una sinceridad que bien podría ser kirchnerista, pero sin revindicar o callar vergonzosamente lo peor de la corporación política. Al contrario, Busqued es un anti-casta y justamente por eso es un artista de la gente común. No es un oráculo -las cosas que dice son cosas que piensa la doxa kirchnerista pero dichas con gracia, no olvidemos que el kirchnerismo carece de sentido del humor-, no habla del futuro. Tampoco es un I Ching que metafóricamente dice qué se puede hacer o pensar con respecto a una situación. De hecho, y a nivel del contenido, lo que se comparte de Busqued en Twitter es, como dijo un amigo, un “678 con onda”. Su fuerza viene desde otro lugar.
Lo que Busqued representa en realidad es el murmullo de una verdad histórica que dice que hay un antagonismo entre la gente común y la insinceridad constitutiva de una derecha argentina que odia a su propio país. Y esto no sucede porque la gente común sea de izquierda, ni kirchnerista, ni siquiera peronista. Ni sucede porque la derecha no tenga razón en muchas cosas, que sí la tiene. Sucede simplemente porque el elenco social que representa hoy a la derecha argentina está compuesto por personajes que son tan hipócritas como Alberto Fernández pero más cuidadosos, todavía más cínicos y con dos o tres canales de cable a favor. De estos personajes se separa Milei y, por eso, si hoy cae Milei cae toda la derecha argentina.
Fantasmas del estado
La santidad viene de una épica de la que el kirchnerismo ya carece. Busqued está asqueado de la especie humana, pero aún así la ama, como el kirchnerismo está asqueado de la sociedad, pero aún así ama al Estado.
Borderline Carlito es un voluntario que va a lavar las heridas de los leprosos porque sabe que él, que su alma, padece la misma condición. Pero en lugar de simular, de ponerse como un dador de derechos, de ser un abogado del bien, padece. Padece con humor, exponiéndose, y esta es una de las pocas tradiciones del arte secular que podrían ser perennes. Padecer una integración fallida a la sociedad y hacerla pública. Busqued se muestra vulnerable, y cuando entra en la maquinaria de la industria editorial -Anagrama, la casta literaria- su vida no cambia.
Busqued es más kirchnerista que militar en La Cámpora y conseguir un cargo. Su locus es la molicie estatal, la docencia sin estímulos ni sentido. Toda su vida es, en un punto, la de un empleado público en una institución enferma y vaciada. Su relación con Córdoba, ese amor-odio apasionado y torpe, carente de sutilezas o proyecto, es la misma que mantiene el kirchnerismo con el capitalismo argentino. Pero no hay en su modo de vivir ningún rastro de paternalismo, fariseísmo, superioridad ni auto-complacencia.
El acercamiento de Busqued a los rotos y su obsesión por los desplazados, la idea de que hay una verdad ahí, es un movimiento humanista que comparte con el kirchnerismo pero ejecutado con sinceridad. No dice que le molesta la pobreza mientras desconoce el valor de las cosas en el súper; tampoco dice que ser marginal o pobre sea una condición de verdad. Simplemente ama y comparte el dolor. Y además de meritócrata es anti-estatal y anti-derecha, como la gente común. Pero más anti-estatal que anti-derecha. Como la gente común.
Mientras el kirchnerismo parece errar en busca de un lenguaje nuevo, Carlos Busqued sigue estando ahí. Es un autor archivo, y el loop de su verdad comenta nuestra imposibilidad de ofrecer un futuro, pero también nos estimula a buscarlo. En su poética no hay redención, pero si hay humor y una conciencia aristocrática sobre la vulgaridad de los ricos, de la casta, de los mentirosos. Una esperanza en la justicia divina que boceta un progresismo negro, profanador, desconfiado y lleno de negatividad y venganza, pero también piadoso y empático con el dolor ajeno (y el dolor ajeno incluye al sufrimiento animal, otro de los grandes temas de Busqued).
En un presente saturado de negatividad, la literatura del futuro va a ser utopista. Pero San Carlos Busqued va a seguir ahí, como un guía, como un límite a la idiotez, como el santo que está solo y espera.
Te aplaudo de pie. Sublime todo el análisis.