1. El robo y el don
Georg Simmel escribió alguna vez que pobre es todo aquel que no tiene los medios para satisfacer sus fines y que hay pobres en todas las clases sociales. Decir esto en la Argentina de Milei puede sonar a una broma de mal gusto. Pero quiero empezar con esa idea porque me parece que, sin renunciar a mi progresismo, me permite sacar por un minuto los pies de la palangana fría de la culpa por la pobreza del mundo.
Simmel dice también que para entender a la pobreza hay que entender al don, al regalo. Y que toda problemática de la pobreza se organiza sobre tres cuestiones fundamentales para las sociedades humanas: el don (altruismo), el robo (egoísmo), y las normas objetivas (trueque). Si como sociedad no podés pensar el don y no podés pensar el robo nunca vas a poder terminar con la pobreza. La economía necesita de los pobres para existir. El progresismo es un rehén de la economía.
Algunas ideas que sobrevuelan este texto aparecen en el último podcast de Desinteligencia Artificial.
2. Clasicismo y clasismo
El Niño Resentido, la novela de César González, es una novela que contribuye a la autoestima nacional en primer lugar porque no glorifica los códigos de los chorros. Por eso puede contar la alegría, el altruismo, el egoísmo, el don y las normas objetivas de un barrio como la villa Carlos Gardel sin celebrar la marginalidad. Un país que glorifica a los chorros y a los cobardes no se respeta a sí mismo. Martín Fierro era un valiente. Y los chorros son casi siempre cobardes.
Agarré la novela con miedo. A veces lo veía un poco solemne a César, aunque conocía su talento. Pasado el primer tercio el personaje se hace chorro y concreta el primer punto de giro. Pasa de ser niño a ser resentido. El segundo punto de giro, que es falso, es cuando le pegan un tiro. Y el final, que no es el final, es cuando entra a la cárcel y se convierte en el niño reformado. El niño de la cultura.
Pero lo que quería decir es que la mirada que construye CG es una gran novedad para la literatura argentina, que viene un poco cargosa con el tema de “la representación de la voz del otro” desde el siglo pasado sin poder resolver el tema, o sea convirtiéndolo en un tópico de análisis académico. Gracias César por demostrarnos que la voz del otro no existe. La voz del “otro cultural” es la voz de César escribiendo una novela de aventuras que es una novela clásica, divertida, sobre el camino del héroe, con la sintaxis de la world fiction. El clasicismo es, para el autor, una forma de no caer en el clasismo inverso, es decir de no ser taggeado estéticamente como chorro. El clasisismo en la narración es el escudo con el que el niño resentido entra a la jungla de la cultura y se convierte en un joven Tarzán. Y por eso lo celebro.
(Uno podría comparar a CG con Washington Cucurto, otro exponente del pobre que escribe. Aunque Cucurto no era precisamente un villero, sí era un exponente del alto kirchnerismo, que proponía un populismo de vanguardia que murió con los algoritmos. Lo que en Cucurso era hipérbole en César es desesperación).
3. Honestismo y sinceridad
La literatura del yo es una literatura sincera pero donde se suspende la pregunta por la honestidad. Como buen progresista que soy estoy a favor del honestismo: incluso si es un gesto, es mejor que exista a que no exista. Pero el honestismo es algo de la política, que es una actividad por lo general deprimente, mientras que la honestidad es una cuestión de la literatura, que es una actividad bella e importantísima.
En la novela de César González hay un narrador honesto, que sale manchado porque no puede con su vida: tiene la honestidad de confesar que es un narcisista al punto que prefiere morir antes que dejar de buscar la adrenalina que le da robarle a gente desarmada. O sea que esa es la principal evolución del personaje: ser cobarde cuando roba y ser valiente cuando narra.
Quiero rescatar que esta pregunta sobre la valentía es un riesgo estético sólo en la medida en que se vuelve ético. César se arriesga a que el lector se identifique mil veces más con la policía antes que con ese personaje. Y eso es lo que obviamente me pasó a mí: empatizaba más con los policías que con César y sus amigos.
Otra cosa que me gustó: por momentos el narrador parece suscribir a la idea burguesa de que el arte tiene que limitarse a mostrar la belleza desgarrada y contradictoria de la existencia. Por otros momentos se pone político y nos interroga sobre la distribución social de los castigos. No resuelve esto. Y nos recuerda que casi nunca hay políticos o empresarios presos.
A mí es un libro que me dio ganas de pedir cárcel para todos: para los pibes chorros, a lo Bukele, y también para los políticos y los empresarios. Ese impacto profundo que me generó también convierte a El Niño Resentido, al menos para mí, en una genuina obra de arte.
4. Mímica y política
Además: una novela sobre el kirchnerismo, o al menos sobre el Estado kirchnerista. La mímica del estado termina cuando el estado es el lugar que impide que te mueras (aunque quizás lo merezcas un poco). El Hospital Posadas es donde se encuentran los médicos y los policías, el único Estado real, o el estado sin mímica. Un teatro vacío.
El elefante que nadie nombra es el transa. No se sabe hasta dónde llega el sistema de alianzas de los transas. Si fuera una novela latinoamericana sería una novela de narcos. Como es una novela peronista es una novela de transas impalpables. Sin peronismo nos caemos por el precipicio del narcorrido. Con el Cristinismo terminamos gobernados por Alberto, que fue un transa. La novela es una tragedia argentina.
5. Tango y cash
También: un relato maldito sobre 2001. Para la liturgia lacrimógena del progresismo oficial -y para el cipayismo macrista- el 2001 era un momento re bajón. Pero para los pobres fue un momento de fiesta, de alegría, de potlach. Hay una mirada miserabilista que dice que los más pobres la pasaron horrible en 2001. A mi se me ocurre que capaz la venían pasando mal desde antes. 2001 fue un tango para la clase media baja, una rave de tecno industrial para la clase media media, un carnaval carioca para la clase media alta y un pogo para los pobres. El 2001 no fue tan excepcional en los barrios como la Carlos Gardel. Fue una fiesta popular.
6. Fuga y espacio
Quizás la Carlos Gardel de González se podría comparar con el Boedo de Fabián Casas. Pero acá en lugar de perdedores hermosos hay corderos rebeldes. Pasillos, avenidas, huecos, recorridos. Siempre la movilidad es un problema: la movilidad y la vivienda, los dos grandes temas que la clase media padece incluso antes de ser clase media, y que casi no puede nombrar en la literatura argentina (junto con la guita, el gran tabú de una sociedad traumada por el hambre y la distancia).
Entre el territorio y la libertad hay un lugar intermedio que es la fuga. César se quiere escapar, siempre, pero tiene una conciencia trágica de que no hay ningún lugar adonde ir. Robar es su manera de huir. Robar es algo que supuestamente se hace por necesidad -en la mirada progre- pero en la novela se hace por la adrenalina que produce. Robar es un acto ritual, una forma de creer en Dios, de huir hacia lo extraordinario. Supuestamente César se aleja de Dios cuando empieza a robar. Pero no se aleja, si no que intenta acercarse de otra forma, mucho más intensa, que es pidiéndole una confirmación de que merece existir en cada robo.
El pibe chorro narrado por César roba para huir. Es un cobarde que arriesga: la primera paradoja del pobre. La segunda es que lo robado se rifa casi ritualmente, no hay una economía del botín. Es un regalo de Dios, como la vida. La tercera paradoja del pobre es que, por ese deseo loco de escapar, el narrador termina encerrado. El robo a mano armada es la ética protestante de los pobres. Y en la dosis de crueldad implícita en el potlach hay también un pedido de justicia.
7. Oferta y demanda
Esta “economía moral” del chorro no es mejor ni peor que la de la clase media desde la perspectiva de la novela, y ese otro gran acierto. La grandeza nacional necesita que la conciencia colectiva resuelva su relación con el pobre. La relación entre el progre y pobre. Lo escribí en la última carta y puede haber tres: el que lo usa para ser bueno él (defendiendo a los pobres reafirma su virtud y su misión civilizatoria), el que lo quiere proteger de sí mismo a través de la clase política (integrándolo pedagógicamente a una sociedad que en el fondo le parece horrible), y el que lo cree innatamente bueno y quiere, para confirmar esta loca creencia, que todos sean pobres porque así todos serán buenos.
Lo dije: no me siento cómodo en ninguno de esos paisajes. Creo que la pobreza es una inmoralidad social y que un país que se respete a sí mismo no la puede permitir, pero no creo que la forma de superarla sea a través de las libertades ni de la misericordia. CG parece decir: discutamos los premios y discutamos los castigos. Discutamos la economía, pero en serio.
Espectacular!